domingo, 3 de julio de 2011

~ Renovación ~

Desde el otro lado del mostrador el funcionario lo miraba como hubiese mirado el centinela chino, arrogantemente parapetado tras la almena de la muralla, al minúsculo jinete mongol que se preparase a lanzar el garfio para escalar. En ambos casos, pensó mientras trataba de tranquilizarse, era demasiada distancia. Le habían vuelto a ganar. Tendría que soportar otra vez esa sonrisa falsa, ese aliento de fosa séptica y la silueta de un dedo sudoroso señalándole el camino a la ridícula cortinilla. Lo siento mucho, caballero, pero ya sabe que no podemos aceptar fotos de perfil. Los gruñidos del árbol se oyeron en toda la comisaría. No podía hacer otra cosa. El pasaporte llevaba cinco meses caducado.

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